En sentido etimológico la palabra simbolizar se deriva del griego sym-ballein, que es arrojar juntamente, juntar, re-unir. De modo parecido el symbole se le designaba al lugar de confluencia de ríos, de empalmes de caminos y encuentro. En Grecia se utilizaba la palabra symbolon para designar una tableta que se dividía en dos partes y simbolizaba una relación entre el huésped y el dueño de la casa, y ese recuerdo lo inducia a encontrarse nuevamente a fin de revivir el momento y dale significado.
Es por eso que la palabra recibió la significación de pacto. Ahora bien, la religión, la psicología, la ciencia, el arte y la literatura, así como en la lógica, el concepto de símbolo ha recibido una amplitud y pluralidad de significado.
Precisamente ese es un fundamento antropológico, pues el hombre en su constitución espiritual, corporal y comunitario ha hecho del símbolo una experiencia y a la vez una posición de cómo entenderlo.
Por lo tanto, una imagen o figura representa un concepto moral, espiritual o intelectual y dentro de este concepto se encuentra cuestiones fundamentales: primero, representa algo y el que se quiere decir con ese algo; y segundo, la percepción del entendimiento entre lo que se quiere decir y la imagen misma. La capacidad de representar, de recibir o entender que es lo que quiere significar, es exclusiva del ser humano, así como la capacidad de simbolizar.
Entonces, vemos que esta capacidad exclusiva del ser humano de producir e interpretar símbolos, manifiesta la necesidad de comunicar factores de su propia existencia. Un símbolo no se queda sólo en la mera comunicación de una experiencia sino que posibilita y transforma un objeto en acto de comunicación, esto sucede si ese objeto es capaz de emitir el mensaje.
El símbolo en su constitución más elemental, es la expresión de una experiencia. Esto quiere decir que para que haya símbolo es necesaria una experiencia, porque entonces no hay nada que asumir, ni nada que comunicar, precisamente una de las funciones del símbolo es comunicar, además de traducir la experiencia y lograr expresarse.
La experiencia que el símbolo quiere mostrar maneja una dimensión no racionable, ni lingüística. No necesariamente, un símbolo tiene una fórmula lingüística. El símbolo no orienta hacia él mismo sino hacia lo que se simboliza mediante el símbolo, es decir, hacia la experiencia que está en juego y que se expresa mediante el mismo.
El símbolo es un educador de lo invisible en cuanto es lectura de una expresión de una experiencia. Él puede ser contemplado, esto quiere decir que algo que es esencialmente invisible puede ser ofrecido en el símbolo, en otra palabras remite siempre a un más allá de sí mismo. Para que se interprete, es necesario que el hombre tenga una participación social y espiritual de como asumirlo, es decir, la expresión externa comunica una expresión profunda según la cultura.
Lo asombroso del símbolo es que posee propiedades. El símbolo es resistente: se sitúa a contracorriente y como un elemento contracultural, se resiste a objetivación y niega evidencia. Se opone a la razón teórica y práctica porque obedece a una lógica diferente.
El símbolo es redundante: retorna sin cesar, va y viene. El mismo impone el ritmo, es ambivalente: vuelve hacia o desvía. Simplemente se da, es inagotable y sus orígenes hacen despertar el origen de la existencia. Puede ser contemplado, pues el símbolo remite al más allá de sí mismo, simplemente para enviarnos al propio sentido de la existencia.
Por: Gabriel Sequera
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